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Aquella Mar de Plata de los años treinta supo de sus primeros pasos. Más tarde, de regreso al terruño, después de haber vivido en Nueva York, dejó sus huellas en la arena de La Perla como recuerdo de sus escapadas dedicadas a la pesca embarcada de tiburones.
La música desarrollada por Piazzolla no ha tenido parangón en el mundo. Sin embargo, cuando comenzó a hacer innovaciones, provocó la reacción de los tangueros ortodoxos de la Guardia Vieja, que llegaron a acusarlo de “asesino” del tango; pero Astor no tardó en contestarles: “Es música contemporánea de Buenos Aires; yo ya no creo en el compadrito y el farol de la esquina”.
El tiempo le daría la razón: poco antes de su muerte, fue reivindicado por el público, los intelectuales y los intérpretes de rock de todo el mundo. A Piazzolla, los años vividos en Estados Unidos le sirvieron para valorar tanto el jazz como la música barroca de Bach. Por entonces, dominaba perfectamente cuatro idiomas: cas- tellano, inglés, francés e italiano.
En 1927, su padre le compró por dieciocho dólares un bandoneón usado en una casa de objetos musicales. Seis años después, Astor compuso su primer tango: La catinga, que casi no tuvo difusión.
PIAZZOLLA, GARDEL Y TROILO
En Nueva York, se produjo un acontecimiento que marcaría la vida de Piazzolla para siempre. Corría el año 1934 cuando le presentaron a Carlos Gardel, a quien posteriormente ayudó a salir de compras y recorrer la ciudad haciéndole de intérprete. Un año después, Gardel lo invitaría a participar en la película El día que me quieras haciendo el papel de un vendedor de diarios. Al escucharlo tocar el bandoneón, Gardel le dijo: “Vas a ser un grande, pibe; aunque ahora el fuelle lo tocás bárbaro, pero el tango lo interpretás como un gallego”.