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Por dónde empezar? Esa es la primera pregunta que me surge a la hora de encarar un artículo sobre la vida de un ser único y especial como lo fue Diego Armando Maradona. Porque no debería ser cuestión de analizar lo patéticos y tristes que fueron sus últimos días, meses o años de vida; tampoco de cuán bien disputó un determinado partido o campeonato de fútbol; o de sus capacidades como director técnico; ni siquiera de juzgar sus tan polémicos como famosos dichos. Creo que se trata, sobre todo, de detenerse por un rato a pensar en todo lo que nos ha hecho sentir. De lo influyente que ha sido, nos guste o no, en las vidas de todos aquellos que hoy somos adultos. Creo que debería ir por ahí, aunque no lo sé con exactitud. Por lo pronto, como lo habrán notado, me voy a tomar una licencia y redactar este texto en primera persona... Siempre me costó entender que haya gente, argentinos, que no quieran a Diego. No digo que estén equi- vocados o que yo, que lo quiero, esté en lo cierto. Pero bueno, me cuesta. Tampoco me agrada demasia- do cuando se busca diseccionar al “Diego jugador” del “Diego persona”. “Como futbolista, excepcional; como persona, el peor de todos”. Sí, el peor, porque así se lo trataba a veces. Se le exigía en todos los aspectos como al mejor, y se lo criticaba como si fuera el peor. Pero Diego fue uno solo. Por trillado que suene, tuvo sus virtudes y sus defectos. Ángel y demonio. Como cualquiera. La diferen- cia fue que, en su caso, cada minuto de su vida fue público. Respecto de esto, hay una pregunta que flota en el aire y que invita a una reflexión algo más profunda: ¿vos qué hubieras hecho si fueras Mara- dona? En su canción “La Vida Tómbola” Manu Chao dice que hubiera hecho lo mismo que Diego. Yo no lo sé. Quizás también. Las tapas de los diarios de todo el mundo reflejaron la muerte del ídolo. En la página siguiente en el final de su brillante etapa en el Napoli.