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Pací co, lo que alteró dramáticamente las condiciones climáticas y provocó la deserti cación que acabó con casi todo vestigio de vida.
En la actualidad, la riqueza faunística de Talampaya incluye pumas, zorros, reptiles, águilas, halcones y cóndores, entre otras especies. Por citar un caso, en las mesetas de los altos paredones, es posible escuchar los alaridos de los guanacos que son atrapados por las aves rapaces en la sangrienta lucha que deben enfrentar para alimentarse. Este paisaje yermo está apenas retocado por algunos bosquecillos y matas que, como lánguidos mechones, salpican tanta aridez. La milenaria existencia del ahora parque nacional acumuló petroglifos y morteros co- lectivos de su vida anterior, que pueden verse junto a las guras zoomorfas, en el sector conocido como la Pizarra, cuya longitud alcanza los 15 metros.
Sopla el viento por este corredor de unos 15 kilómetros de largo, y el calor tórrido de buena parte del día deja de sentirse al llegar la noche, cuando inevitablemente se siente el frío del desierto. Fascinante es lo que se vive un rato después, cuando el rmamento le da paso a la impresionante bóveda azul.
Hoy, por su importancia, el Cañón de Talampaya ha logrado ser cali cado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Es que el reloj de la naturaleza no corre en vano: trae la vida renovando lo que ha muerto para así lograr el equilibrio necesario y permitir que todos lo disfruten.
Dos guras se roban el escenario: el Monje y, muy cerca, el Botellón. Para sacar una fotografía creativa, re- comiendo apostarse a la madrugada para esperar la salida del sol y tomar la instantánea con las imágenes delineadas a contraluz.