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Todo lo que rodea al mundo del vino presenta un misticismo encantador. Desde las sensacio- nes que busca generar a través de algo tan simple y complejo a la vez, como lo es su sabor; hasta los lugares donde se produce, sus cuidados artesanales y tantos otros aspectos. Una base sólida de trabajo, más una buena dosis de marketing, todo ese esfuerzo cobra sentido cuando se obtiene un buen ejemplar, apreciado por críticos y consumidores. A pesar de tratarse de un método milenario, la industria evoluciona permanentemente, y gracias a ello ha desarrollado numerosas técnicas, que se aplican a lo largo de las distintas etapas del proceso. Trata- mientos de suelos, o barricas de distintos materiales, tamaños y formas, entre otras, fueron aparecien- do como alternativas en búsqueda de esas nuevas “notas” que hagan la diferencia. Y así se llegó hasta el mar. Sí, hasta el mar. Desde hace algunos años, bodegas alrededor del mundo comenzaron a incursionar en lo que se conoce como “vinos submarinos”. Es decir, conservar botellas de sus cosechas bajo la superficie del mar. En primer lugar, resulta interesante conocer cuál fue el disparador que llevó a incursionar en esta novedosa técnica. Como si se tratara de un cuento, en el descubrimiento de distintos naufragios –algunos de un par de cientos de años-, se encontraron botellas de vino y de champagne, perfectamente conservadas.