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Doon Diego Palavecino es hoy uno de los habitantes más antiguos de este pueblito encan- tador. Don Diego conoce la historia de Cachi como la palma de las manos. Lo conocí una tarde calurosa, y de inmediato se ofreció para acompañarme en mi recorrida por el casco histórico, por sus calles de piedra y sus casas de adobe, ladrillo y techo de cardón. A mitad de la caminata nos sorprendieron los acordes musicales de un “misachico” que bajaba de
los cerros; por cierto algo nada común de ver. ¿Y qué son los misachico? Son procesiones que portan imágenes religiosas, y que realizan (sobre todo en el noroeste) grupos de campesinos que des lando bajan de los cerros al poblado para homenajear a un santo, darles las gracias por algún motivo, o en- comendarles el alma de algún vecino muerto a la Virgen del Valle. Generalmente llevan músicos que acompañan la procesión tocando diversos instrumentos musicales, como un tamborero, un cornetero y algún otro que bate el parche.
Cachi es un poblado como pocos. En él se combinan vestigios arqueológicos, testigos de antiguas civi- lizaciones, a lo que se suma la belleza natural que lo rodea, con varias alternativas para salir de paseo. Frente a la plaza central se encuentra la antiquísima iglesia de San José de Cachi, declarada Monumen- to Histórico Nacional, y nacida en 1796 inicialmente como una “encomienda”. Muy cerca se halla el Mu- seo Arqueológico Pio Pablo Diaz, que reúne unas de 4.000 piezas, muchas de ellas de más de 10.000 años de antigüedad, pertenecientes al sector septentrional del Valle Calchaquí. Pero hay mucho más para conocer...