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Todo empezó en agosto del año pasado, y como un tsunami, esta peste a la que llaman el ébola de los cerdos, arrasó con todo lo que había a su paso, pero afortunadamente sin afec- tar a los humanos, inmunes a esta enfermedad. Un problema sin solución aparente, hasta ahora. Es que no hay vacuna para detenerlo, y por ello se extendió rápidamente a otros países asiáticos como Vietnam, Camboya, Corea del Norte, Mongolia y Myanmar. Algunos
de estos países no tiene medios para hacer un control efectivo, como sí lo tienen Japón, Corea del Sur y Taiwán que escanean en los aeropuertos a todos los viajeros, por lo que se presume que rápidamente penetrará en otras naciones, sin descartar que, con el tiempo, pueda llega a América.
Las consecuencias económicas y sociales para el gigante chino son desastrosas, ya que la industria porcina mueve aproximadamente unos 130.000 millones de dólares, con una producción de 170 millo- nes de cerdos, que solo cubren la mitad de sus necesidades.
La tormenta perfecta
En los países asiáticos el cerdo participa en un 80% de las comidas, con platos considerados manjares como, por ejemplo, el cerdo con miel y limón, el flamenquin, el confitado con cerezas y ensalada, o sim- plemente el popular al horno con papas. De allí que el precio global de esta carne ya haya aumentado un 40%. En nuestro caso crecieron las exportaciones del pechito, el matambre y la bondiola, pero también creció la demanda interna.