Page 38 - Argentime 103
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 Yasí y Araí bajaron a la Tierra para ver los lugares que observaban desde las alturas, y se maravillaron a cada paso. Pudieron ver de cerca cómo las arañas tejían sus redes, sintieron el frío del agua del río, tocaron la tierra roja con sus manos... Ambas diosas estaban tan asombradas que no se dieron cuenta de que un yaguareté las acechaba dispuesto a atacarlas.
Cuando el animal iba a lanzarse contra las diosas –que, al adquirir formas humanas, habían perdido sus po- deres–, una flecha se clavó en uno de sus costados. A pesar de la herida, se arrojó contra la persona que lo había flechado. Se trataba de un indio ya viejo que, escondido detrás de un árbol, lo esperaba con un arco en la mano y una flecha en la otra.
La  era saltó y el hombre la esquivó con la intención de volver a cargar su arco. El animal no se lo permitió y volvió a saltar sobre el indio que, más hábilmente, se agachó, y mientras la bestia pasaba sobre su cabeza, le clavó un dardo en la mitad del corazón. El yaguareté cayó fulminado.
Mientras tanto, Yasí y Araí tuvieron tiempo de ponerse a salvo y volvieron a convertirse en luna, la primera, y en nube, la otra, de modo que pudieron recuperar sus poderes.
Cuando el indio buscó a las dos mujeres que había salvado, no pudo encontrarlas por ninguna parte. Extra- ñado, permaneció allí hasta que llegó la noche. Fue entonces cuando se subió a un árbol para dormir.
Ya profundamente dormido, en sueños, se le aparecieron las dos diosas y le explicaron quiénes eran. –Gracias a tu buena acción –le dijo Yasí–, hice nacer una nueva planta que ayudará a los hombres, cuyo nombre es ka’a. Para usarla, hay que tostarla, porque es venenosa.
Cuando despertó y volvió con su gente, el indio vio el arbusto a la entrada del campamento y, siguiendo las instrucciones que la diosa le había dado en sueños, buscó una calabaza hueca, picó las hojas del arbusto, las puso dentro y llenó con agua el recipiente. Luego, con una pequeña caña, tomó la bebida. Inmediatamente, compartió la infusión con los demás integrantes de la tribu, que observaban curiosos el trabajo del cazador. La calabaza fue pasando de mano en mano y todos fueron probando la infusión.
Desde entonces, ka’a, planta obtenida por la buena acción de una persona, anima al caído y reconforta al cansado. Utilizada como infusión y consumida en una calabaza o mate, es símbolo de amistad y de herman- dad entre los hombres y, sobre todo, sirve para establecer vínculos de más estrecha unión entre los que se quieren bien. Así nació el mate.
 


























































































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